A finales del Periodo Especial, las librerías cubanas aún vendían las obras ideológicamente curadas de los años del «Alto Soviet». Como pronto descubrieron mis estudiantes, esto significaba sobre todo las obras recopiladas de Lenin, Engels y Martí junto con innumerables ediciones del Quijote u otras obras europeas que el Partido había considerado universales, como las de Shakespeare. Sin embargo, las librerías se convirtieron en el lugar favorito de los estudiantes estadounidenses que vivían en Cuba durante el programa de seis semanas que organicé. Hacían preguntas a sus compañeros, entablaban amistad con otros estudiantes y, para horror de nuestros numerosos y no tan invisibles vigilantes del gobierno, regalaban sus propios libros sin censura de historia de Cuba y literatura en español tan pronto como terminaban de leerlos. A sorpresa nuestra, empezamos a encontrar lo que muchos llamaban «novelas románticas comunistas»: se trataba, en realidad, de traducciones al español de bestsellers norteamericanos olvidados hace mucho tiempo, como Love Story (1970), de Erich Segal, o Ha nacido una estrella (1977), de Alexander Edwards. La presencia de estos libros en Cuba era inexplicable hasta que nos dimos cuenta de que los vecinos de la zona los habían «donado» a una tienda para que -en sus muchas horas libres de televisión e internet- mis alumnos pudieran disfrutar de ellos. Este descubrimiento nos pareció un ejemplo perfecto de cubanos y estadounidenses creando su propio intercambio cultural libre de embargos y partidos comunistas, y nunca lo olvidamos. Centro Habana, 2001.