En marzo de 1968, Fidel Castro anunció inesperadamente que el Estado cubano cerraría y confiscaría los 52.000 pequeños comercios restantes, en una maniobra política que denominó La Ofensiva Revolucionaria. También anunció que reabrirían —supuestamente tan pronto como al día siguiente—bajo la nueva dirección de los ciudadanos más leales de Cuba, es decir, los principales miembros de la vasta red cubana de informadores, espías y vigilantes de barrio conocidos como Comités de Defensa de la Revolución. Aunque el trabajo por cuenta propia se convirtió de repente en ilegal, muchos cubanos se las arreglaron para seguir vendiendo sus habilidades y servicios porque nunca había suficientes sustitutos de propiedad del gobierno para satisfacer la demanda o las necesidades básicas, como la necesidad de un corte de pelo. En Las Ovas, Pinar del Río, el señor mayor que aparece en la foto ha sido barbero toda su vida, desde los años 50, cuando recibió su primera formación para cortar el pelo. En los años 90, cuando por fin pudo obtener una licencia legal, se resistió: ¿cuántas generaciones habían confiado en él para cortarse el pelo y, en los primeros tiempos, se arriesgaban a represalias políticas pagándole por ello? De hecho, nunca supe cuál era su verdadero nombre porque todo el mundo al que preguntaba en la ciudad siempre tenía una respuesta: Barbero.