En Estados Unidos, el cocinero cubano más tradicional rara vez tiene a su disposición una arboleda de cocos cultivados en su jardín, por no hablar de los conocimientos (¡o incluso el machete necesario!) para prepararlos, rallarlos y cocinarlos en el exquisito postre llamado dulce de coco. En casa de mi primo Javier, sin embargo, hay conocimientos de sobra. Hecha por Dianek, mi comadre, esta gran olla de dulce de coco tiene un sabor ligeramente ahumado, mezclado en el almíbar de cocción con carbón de madera natural y canela en rama que yo «importaba» a la isla desde mi tienda de comestibles local con cada visita, ya que cualquier especia (local o extranjera) es casi imposible de encontrar, especialmente en el interior del país. Puerta de Golpe, Pinar del Río, marzo de 2013.
