Como residentes de un lugar declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, los trinitarios pudieron permanecer en sus hogares en lugar de enfrentarse a una reubicación forzosa en asentamientos a las afueras de la ciudad, como tuvieron que soportar miles de residentes de La Habana Vieja en la década de 1990. Lo hicieron gracias a los heroicos esfuerzos de Roberto López Bastida (más conocido como “Macholo”) y del ingeniero arquitecto José Luis Hurtado, que rechazaron el modelo centrado en el turismo y generador de beneficios de sus homólogos habaneros. Conservador y viceconservador de la ciudad de Trinidad respectivamente, Macholo y José Luis trabajaron duro para convencer a los residentes de que necesitaban restaurar sus casas según las técnicas y los materiales del siglo en que fueron construidas. Para muchos, eso significaba derribar habitaciones extra, barrocoas [desvanes] y otras estructuras que a menudo habían construido con pocos recursos cuando el gobierno les negaba la ayuda y no había ayuda exterior. Las puertas de caoba cubana de doscientos años de antigüedad como ésta necesitaban que se les cambiaran los pomos y las cerraduras, junto con una capa fresca de pintura de colores autenticos de la época colonial. La aldaba de la puerta, que data de mediados del siglo XVIII, habla de la belleza histórica que todo el mundo sabía que merecía la pena salvar. Trinidad de Cuba, Julio 2001.