Mientras que la mayoría de los observadores extranjeros podrían haber encontrado pintoresca una recua de mulas en la Sierra Maestra, yo la vi como una prueba de la autonomía económica de los campesinos locales. La audacia de su despliegue era sorprendente. A diferencia del centro y el oeste de Cuba, donde el cultivo y la comercialización interna del café de cosecha propia no sólo se habían prohibido cinco décadas antes, sino que se aplicaban estrictamente, en Oriente no ocurría necesariamente lo mismo. Como explicó el líder de la caravana de mulas: “Fidel tuvo un trato más suave con nosotros. Nos lo debía porque permitimos su revolución, así que mi padre obtuvo el título de propiedad de este trozo de tierra y siempre hemos cultivado nuestro café y subido y bajado con mulas para venderlo, aunque no pudimos vendérselo a nadie más que al Estado hasta que se fueron los rusos. Antes, los rusos le dieron [a Fidel] el dinero para poner esta carretera. Eso marcó la diferencia. Menos barro. Pero las mulas no resbalan.” Camino a La Gran Piedra, julio de 2016.