Dirigida durante décadas por Vilma Espín, la FMC fue la “organización de masas” en la que se suponía que debían participar todas las mujeres. El propio término connota la adopción por parte de Cuba de normas del bloque comunista. Todos los países gobernados por el Partido Comunista comparten varios principios de organización económica y social. Uno de ellos es que el gobierno es propietario de los medios de producción y, por tanto, controla tanto el trabajo como la distribución de los frutos del trabajo. Quizá lo más importante para su gestión sea que la “sociedad civil”, incluida la prensa, los sindicatos, los clubes sociales, los grupos creativos y las asociaciones profesionales, es sustituida por “organizaciones de masas” dirigidas por el Estado. Aspectos de la propia identidad, como la ocupación como campesino, trabajador de la sanidad pública o similar, se movilizan en una relación política de servicio y, teóricamente, de intercambio con el Estado. Para la FMC, esa relación—en gran medida de servicio y no de auto-representación colectiva— era decididamente desigual. Pero tampoco estaba permitida la hermandad o la solidaridad ideológica con las activistas por la liberación de la mujer de movimientos no comunistas. Espín, hija de una acaudalada familia santiaguera, antigua estudiante de química en MIT, activista principal de la clandestinidad anti-batistiana y esposa de Raúl Castro, respondió célebremente al llamamiento a la solidaridad en los años setenta con la declaración: “No somos feministas, somos femeninas”. Colección Ernesto Chávez, Universidad de Florida.