En 1995, cuando visité Cuba por primera vez, la puerta del edificio del Capitolio, construida por el régimen del presidente Gerardo Machado (1925-1933), aún mostraba la evidencia de la indignación pública por su traición a la República y a la democracia. Literalmente desfigurados por manifestantes universitarios, los rostros de los presidentes de Cuba aparecían en el panel de una puerta de bronce que supuestamente celebraba el traspaso pacífico del poder de Cuba en las elecciones de 1902—año de la independencia de Cuba de una ocupación militar estadounidense—a la propia administración de Machado. Inmediatamente por encima del panel en el que los estudiantes tacharon la cara de Machado, también habían tachado la cara no solo de Machado sino de su principal apoyo político, el embajador estadounidense en Cuba Sumner Welles. Por las mismas razones que Machado, Welles fue una figura odiada por el pueblo cubano por asegurar que el Estado cubano antepusiera los intereses de los inversores estadounidenses a los de los ciudadanos cubanos cada vez que podía. El 12 de agosto de 1933, Machado huyó de Cuba a Miami con millones robados del patrimonio nacional y eludió así la justicia que un vasto movimiento revolucionario por la democracia pretendía imponer. JUNIO DE 1995.