En diciembre de 1949, mi bisabuela «Cuca» organizó una fiesta de Nochebuena que contó con uno de los símbolos máximos de la moda y la modernidad de la época: un deslumbrante árbol de Navidad de aluminio importado de Estados Unidos. Conocida como una anfitriona generosa y alegre, Cuca (que rara vez consentía cualquier documentación fotográfica de su «proceso de envejecimiento» después de los 15 años), exhibía aquel árbol de Navidad en un «altar de Adviento», flanqueado por una imagen hecha a mano de la Sagrada Familia en el pesebre, a un lado, y de los Reyes Magos aún en camino a Belén, al otro. Al fondo una imagen icónica del Sagrado Corazón de Jesús vigila por todos. Distribuida por la isla a principios del siglo veinte cuando el Vaticano reintrodujo la orden de los jesuitas en América, la misma imagen enmarcada a gran escala podía encontrarse tanto en las casas de las familias rurales humildes como en las de la élite provincial históricamente «alta», como la de Cuca y los suyos. Sin embargo, tras los símbolos de modernidad y poder que refleja esta fotografía familiar se esconden signos de rebeldía social y política. La propia Cuca no se achicaba, ya que se hizo famosa cuando era adolescente al vestirse de geisha para su fiesta de quinceañera tras la devastación de la última guerra por la independencia de Cuba y la ocupación militar de Estados Unidos (1898-1902). A su lado está su hija Olga, vestida de piel de zorro, maestra de kindergarten en una escuela pública integrada por raza y clase, que nunca se casó y vivió, a pesar de las habladurías, con su prima hermana Chacha, durante casi cincuenta años de su vida. También está el hermano de Cuca, Diego Sotolongo Suárez del Villar, con la raya en medio de su cabello (según una moda perdida de treinta años atrás). El Tío Diego, tocayo de un abuelo ancestral del siglo XVI que había sido co-conquistador de México y más tarde gobernador de Cuba, Diego Sotolongo Rojas, acompaña a Cuca. El era mucho menos conocido por su masculinidad en la ciudad natal de Cienfuegos (Cuba) que por los dulces actos de bondad que mostraba hacia su esposa Cristina Bellas, a su derecha. Cristina, que tenía fama de hipocondríaca, no permitía que nadie más que Diego le lavara las medias y la ropa interior, cosa que él hacía a diario, con guantes de goma y detergente suave. Los nietos de izquierda a derecha son: Julián, Hectico, Titica (mi mamá Luisa) y Bertón. Cienfuegos, Cuba. Fotografía de Heriberto «Chichi» Rodríguez Rosado, 1949. Colección personal de Lillian Guerra.
