La financiación soviética de proyectos de memoria pública en la década de 1980 alcanzó un crescendo en el este de Cuba, donde los diseñadores se centraron en la historia del ala de la revolución de Fidel Castro contra el dictador de la década de 1950 Fulgencio Batista. Obliterando el papel de la elección individual y el heroísmo personal, las carreteras de la antigua provincia cubana de Oriente se vieron de repente salpicadas de pequeños marcadores de piedra que, por un lado, honraban a un “mártir” de la Revolución que presumiblemente murió allí pero, por otro, le negaban cualquier otro identificador que no fuera su nombre de pila y el título de su profesión. Así, un conjunto reza José, Campesino; Víctor, Zapatero; Humberto, Parqueador. Otro conjunto incluía al menos la primera letra de un apellido siempre que el nombre resultaba demasiado común: Julio M., Cajero; Reemberto, Masillero; Miguel A, Fotógrafo. No hacían falta fechas, circunstancias ni contexto, ya que la teleología marxista-leninista dictaba que los individuos eran meros engranajes de una gran rueda que giraba imparable hacia la revolución y el establecimiento universal de una sociedad comunista. Sólo el monumento de Abel Santamaría llevaba un marcador más elaborado. Pero, incluso entonces, no citaba la fecha de su propio nacimiento y muerte, sino sólo las del acontecimiento que supuestamente dio sentido a su vida. Erigido para honrar el vigésimo aniversario del fallido asalto de Fidel Castro al Cuartel Moncada en 1953, el monumento aclamaba la tortura y el martirio de “Abel Contador” a manos de los soldados de Batista. Oriente, julio de 2016.