Después de que el Estado cubano abandonara formalmente su promoción del ateísmo en favor del laicismo oficial en 1991, el Papado negoció con éxito el derecho de la Iglesia Católica a editar y publicar boletines teológicos como éste, Vida Cristiana. Uno de los objetivos era recuperar el espacio público discursivo que durante tanto tiempo había definido los valores personales como extensiones del marxismo. Otro era desvincular la felicidad individual de los “triunfos de la Revolución” que los discursos, las escuelas, los medios de comunicación y las leyes de Fidel Castro habían fusionado durante tanto tiempo. Sin embargo, para cualquier persona acostumbrada a leer el discurso ideológico tradicional del Estado comunista, seguramente era difícil notar la diferencia en Vida Cristiana. Abundan los ejemplos irónicos, incluso extraños, de la imitación descarada por parte de los editores de términos clásicos del Estado utilizados antaño para inspirar el trabajo voluntario y no remunerado para el Estado, como “jornada” [semana de trabajo]. En este caso, jornada tenía un propósito espiritual: era una llamada a la oración durante una semana para ampliar las filas del clero. El mismo editorial también justifica los caminos “unipersonales” hacia la salvación, invocando a Jesucristo como el “único hombre” que podría lograrlo, en contraposición al aparente gobierno unipersonal de casi cuarenta años del propio Fidel Castro. Del mismo modo, la página dos del boletín examina si la “libertad” y la “felicidad” son posibles o sólo otra utopía inalcanzable. Los paralelismos discursivos entre la Iglesia y el Estado presentaban así los llamamientos de Vida Cristiana al “cambio” como algo a medias. En este caso, los editores llegaron incluso a respaldar el “humanismo”, el mismo código ideológico en el que se había basado Fidel Castro en 1959 para convencer a millones de cubanos de que nunca adoptaría un Estado comunista, sólo para hacerlo un año después. Colección de Lillian Guerra.