Conocidas en el sur de Estados Unidos como muñecas “topsy turvy” por su diseño de dos en uno, muñecas como éstas de Cuba difieren fundamentalmente de las que he visto en las tiendas de antigüedades locales de Florida o en museos de la cultura del Sur. Populares después de la Guerra Civil, cuando el auge de la segregación de Jim Crow provocó el renacimiento cultural de las creencias supremacistas blancas, las versiones estadounidenses de este tipo de muñecas solían presentar en un extremo la cabeza y la moda de una joven blanca de mejillas sonrosadas, rubia y de ojos azules, y en la parte superior del torso del otro lado una “mamita” negra cuyos rasgos exagerados reflejaban el desprecio racista y la burla hacia la igualdad de los negros. Pretendían enseñar a las niñas blancas que jugaban con ellos que los negros existían para servir a las necesidades y el placer de los blancos. Por el contrario, las muñecas cubanas reflejan un conjunto de valores igualmente siniestros pero distintos: en una sociedad en la que la violación y la explotación de las mujeres negras eran comunes tanto antes como después de la esclavitud, a las niñas se les ha enseñado durante mucho tiempo que necesitan “mejorar la raza” casándose y/o reproduciéndose con parejas masculinas más blancas. Así, los torsos de las abuelas negras de las muñecas cubanas siempre “engendran” un torso materno de piel más clara.
La primera vez que me topé con este tipo de juguetes en Cuba fue en 2004, mientras paseaba junto a una niña de seis años que jugaba: su madre le había hecho la muñeca, me explicó. Sorprendida cuando me ofrecí a conocer a su madre para comprarle la muñeca, la niña me la regaló. Más tarde, su madre me contó que estas muñecas eran muy comunes. La gente dejó de hacerlas después de la Revolución, dijo, porque la mayoría de las mujeres ya no tenían trapos, hilos ni agujas para coser. Cuando le pregunté si tal vez los cubanos ya no las hacían porque más cubanos se identificaban orgullosamente con ser negros, literalmente se echó a reír. ¡Tu estás loca, mujer! me dijo. Dos años más tarde encontré docenas del mismo tipo de muñecas fabricadas por mujeres a las que el gobierno encargó que las hicieran para venderlas en tiendas turísticas estatales. Increíblemente, aunque la “abuela” seguía estando hecha de tela negra, la parte de la muñeca que representaba a la mamá ni siquiera era de color marrón para simbolizar que era afrodescendiente o mulata. En su lugar, la “mami” no sólo era más blanca en cuanto al tono de la piel, ¡sino que tenía trenzas rubias y ojos verdes! Este tipo de juguetes cubanos documentan, de un modo que las palabras por sí solas no consiguen, la creciente aceptación del racismo abierto contra los negros en los últimos años, así como el desprecio cultural por el orgullo negro que existe desde la época colonial. Colección de Lillian Guerra.