Crecí con este retrato de 1898 de Mercedes Sotolongo Suárez del Villar, mi entonces bisabuela de quince años, más conocida como “Cuca”. Como a casi todos los que lo vieron, me llamó la atención la rareza de su vestimenta: ¿por qué llevaba la ropa de una geisha japonesa? Sólo más tarde, como estudiante de doctorado que trabajaba en archivos, descubrí que las fiestas de quinceañeras con temática de geishas estaban de moda en Cuba entre las élites blancas desde finales de la década de 1890 hasta la primera década del siglo XX. El hecho de que la principal tarea de las geishas de la vida real fuera entretener a los hombres -y nada menos que por dinero- hizo que la elección del vestido de Cuca, tan temprana en la moda, fuera vanguardista. Su pose de rebelde segura de sí misma también era realmente rebelde: las chicas blancas de élite preocupadas por su honor sexual no solían arriesgar tanto su reputación y preferían aparecer recatadas ante la cámara. Sin embargo, si el lugar que ocupa Cuca en la tradición familiar es correcto, era la feminista que sus compañeras no eran. Cienfuegos, 1898.
