Mi abuelo materno Heriberto Rodríguez Rosado -mejor conocido en la familia como «Chichi»- fue el segundo de los once hijos de María Teresa Rosado que llegaron a la edad adulta (de veintidós en total). Cuando tenía solo nueve años, Chichi comenzó a vender mangos en las calles de Cienfuegos con una chiva llamada Alicia. Fue entonces que Cándido González, de origen español y propietario de esta pequeña carnicería y tienda de productos secos situada en El Prado, la calle principal de la ciudad, descubrió su talento. Aunque Chichi sólo tenía la educación de cuarto grado que podían ofrecer sus hermanas mayores y la vida en una pequeña finca cerca de Cumanayagua, era disciplinado, ambicioso y estaba desesperado por mantener a su madre, a su hermano pequeño y a sus nueve hermanas. El padre de Chichi, un veterano oficial del Ejército Libertador de Cuba en la Guerra de 1895-1898 contra España, acababa de morir de tuberculosis. Agradecido a la República de Cuba y no a España por el éxito de su negocio, Cándido le propuso a Chichi un trato: si se quedaba a dormir en la bodega todas las noches para que sirviera de alarma en caso de robo o incendio, podría trabajar y aprender contabilidad con él durante el día. También podría llevar a casa un pequeño sueldo, conservas a un mes vista de la fecha de caducidad y lujos como queso ibérico y carnes ahumadas a su familia al menos una vez a la semana. Chichi aceptó el trabajo durante los diez años siguientes. En la foto, a los 15 años, lucía con orgullo una corbata y un chorizo gigante al hombro para una campaña publicitaria. En primer plano, latas de manteca de cerdo de la marca La Primera. Cándido, vestido con la sencilla ropa blanca de un carnicero, está al lado de Chichi, flanqueado por un niño con un globo en una mano y un jamón español en la otra al igual que otro encargado de la tienda, de llamativos ojos azules. Cienfuegos, 1925.