Al comienzo de las fiestas navideñas de 1945, poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial, esta foto familiar nos habla de una época en Cuba en la que la democracia electoral acababa de poner fin al primer gobierno de diez años del general Fulgencio Batista (1934-1944) y todo parecía posible para muchos cubanos. Entre los reunidos están mi madre de ocho años con tirabuzones (segunda fila de frente) acompañada de su hermano mayor Julián, de espejuelos, y su travieso hermano pequeño Bertón. También está mi abuela Yaya (vestido floreado, tercera fila) y mi abuelo Chichi (extremo derecho, misma fila). Su expresión alegre y su sonrisa dentuda son difíciles de ignorar. Sin embargo, esta familia había luchado entre sí por la aceptación mutua. Algunos (como Chichi) representaban a campesinos empobrecidos y otros, como Yaya, procedían de antiguos clanes coloniales que habían sido dueños de esclavos, como los Sotolongo y los Suárez del Villar. Entre las décadas de 1860 y 1890, la riqueza de estos últimos se había ido erosionando a medida que la abolición entraba en vigor y las tres guerras que cubanos como el padre de Chichi habían luchado para liberar Cuba de España creaban demandas de una economía justa y capitalista, el fin de la discriminación racial y un Estado soberano. Aun así, en medio de desacuerdos políticos e incluso prejuicios sociales, prevalecía el compromiso con la familia y el respeto a las diferencias. Cienfuegos, 1945.