Como muchos cubanos que crecen en barrios o pueblos pequeños, El Rumbero se negaba a ser llamado de otra manera. Antes de 1965, cuando los activistas revolucionarios cerraron los pequeños bares y salones de baile donde los empresarios locales y las prostitutas independientes seguían trabajando y, según los informantes de Berta, prosperando, El Rumbero había tocado la batería en una pequeña taberna prácticamente todas las noches de la semana. Con las propinas y la comida que le servía el dueño-cantinero, complementaba los ingresos que obtenía como trabajador estatal en la plantación local de azúcar nacionalizada, El Pilón. Ya octogenario y «¡todavía soltero! [me dijo con una sonrisa irónica, El Rumbero había vuelto a trabajar por cuenta propia a tiempo completo, reparando bicicletas desde 1993.