Como la mayoría de los extranjeros que pasan mucho tiempo en Cuba, con los años me acostumbré al hecho de que la gran mayoría de las casas y edificios de apartamentos presentaban fachadas y paredes estériles y grises. Hasta 1994, cuando el gobierno cubano dio un giro repentino e hizo que el mantenimiento de las viviendas fuera responsabilidad de los ciudadanos, había sido ilegal realizar reparaciones en la propia casa sin autorización gubernamental. La pintura, el cemento, los azulejos, las tuberías y demás se distribuían menos en función de las necesidades (como se desprendía del parque de viviendas y del estado de las instalaciones recreativas públicas) que en función de la posición política y de un sistema que los cubanos llamaban sociolismo. Para mí, la visión de casas cuyos propietarios habían conseguido los recursos necesarios para una mano de pintura fresca y la adquisición ocasional de una piscina de plástico para niños -junto a los exteriores monótonos habituales de otras casas- era chocante. No hacía más que poner de relieve las extremas diferencias de clase que han surgido en Cuba, normalmente en los mismos barrios. Santos Suárez, La Habana, 2011.