Después de varios años de trabajo con mi querida colega e historiadora local autodidacta, Berta Martínez Paez, en julio de 2008 nos propusimos documentar los numerosos «monumentos» de la época prerrevolucionaria aún en uso que contaban la historia de Pueblo Nuevo. Esta zona de Artemisa surgió de las cenizas de los campos de concentración que los españoles habían creado para acorralar y encarcelar a los campesinos locales durante la Guerra de Independencia de Cuba de 1895. Berta calcula que de los cinco mil o seis mil cubanos encarcelados allí entre 1896 y 1898 (y cuyos nombres encontró registrados en los archivos locales), sólo unos cientos sobrevivieron hasta 1898. En su mayoría eran mujeres jóvenes a las que los soldados españoles habían violado y, a diferencia del resto de los encarcelados, alimentado. Una vez «liberadas», sin parientes vivos, sin ningún lugar adonde ir y con niños pequeños que alimentar (seguramente nacidos de las violaciones), las supervivientes establecieron el equivalente rústico de un «barrio rojo» llamado Pueblo Nuevo. De la docena de antiguas prostitutas que Berta entrevistó a principios de los noventa y que habían sido «rehabilitadas» tras la Revolución, pocas descendían de aquellas primeras mujeres, pero a menudo vivían en las mismas casas. Berta, que conocía prácticamente a todas las residentes por su nombre, me presentó a las familias de las mujeres que vivían allí. Irónicamente, a pesar de los cambios que la era posterior a 1959 introdujo en la vida de estas antiguas prostitutas, no habían podido mudarse a casas mejores y vivían en los mismos apartamentos de una sola habitación o minicasas donde antes habían trabajado por horas.