Samuel Weinstein era un cubano judío religiosamente observante cuyo padre había sido contable en la hacienda azucarera en la década de 1940 donde trabajaba su madre, nacida en España, cuando Samuel nació. Aunque ilegítimo, Samuel se benefició del reconocimiento legal de su padre y de su deseo de que Samuel leyera la Torá y fuera criado como judío. Cuando le conocí en 2004, Samuel había perdido progresivamente la vista hasta casi la ceguera total. Sin embargo, Samuel, que dominaba los programas informáticos para ciegos y poseía un encanto natural, había conseguido comercializar tanto su arte como el bed and breakfast del que era copropietario con su pareja Alberto Medina entre coleccionistas de arte y turistas extranjeros con inclinaciones intelectuales a través de Internet. Llevaba años tejiendo, tiñendo y estirando cuerdas y tejidos de fibras naturales de henequén en un antiguo telar. De pie junto a él y a lo largo del pasillo de su casa, donde atendía a los invitados en su ordenador y exponía algunas de sus obras de arte, Samuel me explicó cómo la meticulosa lucha paso a paso de la elaboración de sus piezas reflejaba la naturaleza artesanal de la vida bajo la Revolución. «Aquí nadie puede tomar nada por sentado», dijo sonriendo, «ni siquiera la vista«. A partir de estos materiales minuciosamente elaborados a mano, Samuel hizo esculturas tridimensionales como el ser con forma de sarcófago que aparece aquí, así como impresionantes abstracciones como Las Manos de Dios y las tres figuras masculinas de Trinidad.