En 2005, mi primo Rigoberto Amores salió de su jubilación para trabajar para una pequeña cooperativa campesina de varias familias como vendedor en su puesto de venta en el agropecuario de su barrio, situado en el barrio de Santos Suárez de La Habana. En aquella época, la contratación de alguien ajeno a la familia inmediata de los productores era ilegal, pero Rigoberto se salió con la suya, en parte por su auténtico encanto campesino (procedía de la finca de mi abuelo materno en Cumanayagua, en el centro-sur de la isla). La otra razón era innegable: ¡vendía los mejores mangos del mundo y se lo hacía saber a todo el mundo! Llamados mangos chinos porque probablemente este tipo llegó a Cuba a través de los barcos españoles desde Filipinas, estos mangos tienen la delicadeza de un melón tierno y un jugo dulce y almibarado cuyo sabor combina notas de miel con la riqueza de los melocotones.