Quizá el producto más popular que regresó en masa a la cocina cubana postcomunista fue el tradicional plátano macho. Gracias a los agricultores que trabajaban en campos densamente sembrados y a los pregoneros, vendedores ambulantes que cantaban o improvisaban canciones sobre la calidad y naturaleza de sus productos comestibles, los jóvenes cubanos aprendieron lo bien que podían saber los plátanos verdes (tostones) fritos dos veces, junto con las patatas fritas (mariquitas). Aunque desde 1991 el aceite de cocina sólo se vende en divisas y no en la moneda nacional con la que se paga a la mayoría de los cubanos, freír plátanos en buñuelos sigue siendo un pasatiempo nacional. Durante gran parte de la Revolución, los cubanos se vieron obligados a consumir plátanos burros, un tipo de plátano insípido y esponjoso que históricamente sólo se daba como alimento a burros, cerdos u otros animales de granja antes de 1959. Como se aprecia en el estilo de cultivo (imagen 18), los plátanos burros pueden cultivarse a gran distancia unos de otros y no requieren prácticamente ninguna aportación de mano de obra humana, razón principal por la que eran el cultivo preferido en las granjas del gobierno, que siempre sufrían de absentismo laboral, así como de mano de obra improductiva y desmotivada.