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Desatar el amor por los perros

Encontrar a cubanos paseando con sus perros sueltos (y no siempre amistosos) sigue siendo una característica de mis numerosas visitas a Cuba en la década de 1990. Yo mismo, orgulloso propietario de dos carlinos chinos, no podía imaginarme cómo los habría podido alejar de otros perros y peligros en las descuidadas y bacheadas calles cubanas sin la ayuda de una correa. Hablando con estas chicas en las calles de Trinidad, cada una con su cachorro casi recién estrenado, me quedé cautivada por sus historias y consejos. Ellas estaban igual de fascinadas: ¿Golosinas de adiestramiento? ¿Galletas para perros? ¿Cabestros? ¿Correas para perros que se enganchan a la cintura? ¿Qué eran todas esas cosas? Decidida a salvar la brecha cultural y de conveniencia, empecé a llevar correas y golosinas adicionales para los amantes de los perros en Cuba, junto con las medicinas, la ropa y las especias cubanas olvidadas hace mucho tiempo y consideradas esenciales para las comidas cubanas que todo el mundo llevaba entonces. Aunque los que no eran amantes de los perros nunca entendieron por qué “desperdiciaba” el espacio de mis maletas, hice amistad con muchos desconocidos, tanto humanos como caninos. Trinidad de Cuba, junio de 1995.