Trabajando codo con codo con su yerno Felipe en las escasas dos hectáreas de tierra que el gobierno les concedió después de que las granjas estatales fracasaran en el Periodo Especial, Pucho cultivaba de todo, desde frijoles negros y maíz hasta tomates y cebollas para su familia de seis adultos y cuatro niños. Reducidas drásticamente en cantidad y calidad, las raciones «garantizadas» que proporcionaban la ingesta calórica diaria de la mayoría de los cubanos también se volvieron y siguieron siendo sistemáticamente incompletas. Esto significó que millones de cubanos tuvieron que cultivar sus propios alimentos, hacer trueques en el mercado negro o simplemente pasar hambre.