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Marabú – junio de 1997

Hace trescientos años, los colonizadores españoles de Cuba plantaron deliberadamente una especie de acacia típica de las regiones áridas de España a lo largo de las riberas de los ríos: actuaron con la arrogante suposición de que al hacerlo evitarían que los ríos se desbordaran durante los huracanes del Caribe. Los africanos esclavizados la rebautizaron más tarde como marabú, después de que el hecho de hacer retroceder a esta planta voraz y de rápido crecimiento se convirtiera en una tarea agotadora para todos los trabajadores agrícolas, dentro y fuera de las plantaciones de azúcar. Hoy, al igual que en la década de 1990, los enormes troncos y la impenetrabilidad de los campos de marabú que llegan hasta los bordes de las carreteras hablan de la extraordinaria cantidad de tierra que ha permanecido en barbecho mucho tiempo después de que los campesinos la entregaran al Estado y décadas después de que se supusiera que iba a ser puesta en producción bajo el control del gobierno. En muchos sentidos, el marabú es testigo de dos fenómenos relacionados: en primer lugar, la incapacidad a largo plazo del gobierno comunista para estimular la productividad y la eficiencia de la mano de obra, incluso en el apogeo del comunismo en los años 70 y 80, cuando los subsidios soviéticos garantizaban las necesidades básicas; y en segundo lugar, una política deliberada de negarse a entregar las tierras no utilizadas a la producción campesina porque permitir que los campesinos prosperen pondría inevitablemente en peligro la dependencia de otros ciudadanos del estado para las raciones de alimentos (y por lo tanto el grado de control político del estado).