En un aparente esfuerzo por competir con los estándares extranjeros en el suministro de comida rápida barata, el gobierno cubano abrió una cadena estatal de pequeños restaurantes llamada El Rápido. Para sorpresa de absolutamente nadie, el servicio era lento, las raciones de papas fritas eran siempre la mitad del tamaño de su recipiente prefabricado y el “catchú” estaba tan aguado que los cubanos lo llamaban zúmate, un juego de palabras entre «zumo», tomate y «zum-zum», el sonido de un coche acelerando sus motores. El problema, como todos los clientes adivinaban, era que la práctica de los trabajadores durante décadas de hurtar y revender (o simplemente consumir) los alimentos que predominaban en los centros de distribución del gobierno para las raciones supuestamente garantizadas también pasó a definir el nuevo sector capitalista de propiedad estatal y gestión comunista. Aquí funciona el motor, lo que nunca el carro, me dijo un cliente. La Rampa, La Habana, 1997.