Situado en la antigua cochera de una gigantesca mansión en la Plaza de la Catedral de La Habana Vieja, este minúsculo restaurante de doce plazas abrió bajo gestión familiar gracias a las primeras reformas de 1991-1992 que permitieron a los pequeños negocios operar por primera vez desde que Fidel Castro ordenara unilateralmente el cierre de los últimos 52.000 que quedaban en 1968. Aunque limitado a un máximo de doce clientes, este restaurante, como muchos otros (conocidos como paladares), tuvo un gran éxito por la calidad de la comida y el servicio disponibles. Tanto los extranjeros como los cubanos los preferían porque ir a un restaurante estatal significaba casi siempre elegir entre un largo menú y que los camareros les dijeran que sólo había uno o dos platos disponibles. La comida de los restaurantes estatales no sólo era extremadamente insípida, sino que estaba escasamente repartida porque prácticamente todos los empleados participaban en el hurto o en el desvío de ingredientes para su uso en casa o para su reventa, ¡a menudo a restaurantes de propiedad privada! Este paladar cerró en 1998 porque, mientras se formaban colas y se necesitaban reservas constantemente, el restaurante estatal «La Casona», situado al lado -literalmente a sólo unos pasos, en la propia mansión gigante-, solía estar completamente vacío, un testimonio vergonzoso de la realidad que se escondía tras la imagen cuidadosamente elaborada del Estado.
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