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¿RELIQUIA DEL PASADO?

En la década de 1940 y principios de 1950, durante la efímera era democrática de Cuba, los trabajadores azucareros cubanos consiguieron importantes reivindicaciones laborales de un gobierno electo. Éstas no sólo incluían la legalización de los contratos sindicales negociados, sino también la mediación del gobierno en las huelgas. Las condiciones de los trabajadores fijos de las plantaciones, tanto de dueños extranjeros como nacionales, mejoraron. Sin embargo, hasta la consolidación de un estado comunista bajo Fidel Castro tras la Revolución de 1959, la mayoría de los cortadores de caña (la mayor parte de la mano de obra) sólo encontraban empleo cuatro o cinco meses al año durante la cosecha anual de azúcar. El resto del año, las familias de las zonas azucareras pasaban apuros: la gente trabajaba —a menudo sólo para pagar el coste de la comida—o se moría de hambre. Aunque el comunismo y la disposición de la Unión Soviética a cambiar petróleo por azúcar a un precio cinco veces superior al mundial satisfacían las necesidades básicas de la mayoría de los trabajadores de las zonas azucareras, la cosecha de caña siguió sin mecanizarse hasta mediados de los años ochenta. Esto significó que, cuando cayó la Unión Soviética y desapareció su capacidad de sacar a flote la seguridad social de Cuba, se había producido relativamente poco desarrollo en las aisladas y enormes haciendas azucareras cubanas. Rara vez se realizaron mejoras técnicas en los ingenios azucareros. Después de 1993, la gran mayoría de las plantaciones azucareras cerraron. En pocos años, Cuba empezó a importar azúcar de Brasil sólo para satisfacer las raciones gubernamentales de azúcar que, desde la perspectiva de un forastero en la década de 1990, a menudo sustituían a los alimentos. Por ello, la visión de un ingenio azucarero aún en funcionamiento en cualquier lugar de Cuba resultaba chocante. Como observaron todos los pasajeros cuando tomé esta foto desde un taxi colectivo interprovincial, la chimenea realmente emitía humo. Y, como señaló irónicamente el taxista, no estaba ardiendo. Oeste de Cuba, 1999.