Como todas las bodas, ésta requirió una planificación meticulosa. A diferencia de celebraciones similares en toda América Latina, también reflejaba las realidades únicas del Periodo Especial de Cuba. Cuando la Unión Soviética desapareció varios años antes, todos los productos comerciales desaparecieron del sistema de racionamiento del gobierno, mejor conocido como “la libreta”. Los estantes de las tiendas estatales —especialmente en zonas rurales como este pueblo de Pinar del Río— antes apenas abastecidos de artículos domésticos básicos como toallas y ollas, se quedaron casi completamente vacíos. Sin embargo, ante este panorama, las familias de los novios no desesperaron: amigos y parientes de Estados Unidos, Canadá y La Habana coordinaron sus respuestas, enviando artículos esenciales como los zapatos, el vestido, los cosméticos y el tocado de la novia, además de ofrecer una ayuda crucial para la compra de cerveza y otros aperitivos para servir a los numerosos vecinos que se reunieron después de la boda para celebrarla. Sin darme cuenta de lo inusual que era que las parejas se hicieran más que dos a tres fotografías (normalmente en blanco y negro), me ofrecí como fotógrafo de la boda. Sin querer poner en peligro mi visado de investigación cubano (que permitía una sola entrada y salida por un año), envié los rollos de film a casa con visitantes a Cuba, algunos casi desconocidos. Durante meses, esperé con la misma ilusión que la pareja matrimonial—si no más— la entrega del álbum de boda: por cierto, ¡aún siguen felizmente casados! PUERTA DE GOLPE, PINAR DEL RÍO, MARZO DE 1997.