Como puede atestiguar cualquiera que haya pasado un tiempo en Cuba tras el colapso de la Unión Soviética, la pizza -hecha con un mínimo de ingredientes y (eufemísticamente hablando) una variedad única de «queso»- se hizo casi omnipresente en la década de 1990. Al principio costaba solo diez pesos (o cincuenta centavos de dólar) por un trozo doblado y envuelto en papel de periódico, y esta comida caliente y pegajosa podía saber a gloria a los cubanos, la mayoría de cuyos ingresos rondaban los veinte dólares al mes. En 2016, sin embargo, había un montón de restaurantes «de lujo», tanto privados como públicos, que ofrecían pizza en sus menús junto con pescado a la parrilla y platos similares. Para justificar el precio relativamente caro de aproximadamente cinco dólares estadounidenses por tarta, los restaurantes ofrecían porciones muy generosas. Acompañado por la perpleja historiadora Génesis Lara, a mi hijo Elías le encantó esa política. La Habana, junio de 2016.
