En la construcción de un Estado autoritario, controlar el movimiento obrero de un país es tan importante, si no más, que controlar la prensa y la disposición de los ciudadanos para criticar. Esto fue especialmente cierto en Cuba después de 1959, cuando la Confederación de Trabajadores de Cuba [CTC] se comprometió a una política de «no huelga» para ayudar a estabilizar la economía y promover el crecimiento industrial en beneficio de todos los cubanos. Sin embargo, a lo largo de 1960, los líderes del gobierno revolucionario, especialmente Fidel Castro, empezaron a insistir cada vez más en que cualquier crítica a su liderazgo o impugnación de las políticas constituía una invitación a que Estados Unidos invadiera, interviniera o subvirtiera el estado. Como resultado, la CTC empezó a violar aún más sus propias reglas por solidaridad con la soberanía cubana: aquí los líderes electos no aparecían vestidos con el traje obrero de los civiles, sino como milicianos armados y al servicio de una visión del estado dirigida por Fidel Castro. La Habana, marzo de 1960. Colección Andrew St. George, Biblioteca Smathers, Universidad de Florida.
