Las “Escuelas Básicas de Instrucción Revolucionaria”, que se pusieron en marcha durante tres años en 1962, estaban diseñadas para enseñar los principios del marxismo-leninismo a legiones de trabajadores cubanos que eran entusiastas partidarios de la Revolución de Fidel Castro pero que no sabían casi nada sobre el comunismo, ni siquiera cómo ni por qué el gobierno debía poseer y planificar la economía nacional. Con la esperanza de aumentar la productividad entre todos los trabajadores, los funcionarios confiaron en los EIBR para desarrollar cuadros (torpemente traducido de la palabra soviética “cadre”). Los cuadros de cada centro de trabajo debían inspirar a sus compañeros mediante el ejemplo y la persuasión. También se suponía que debían conocer las respuestas “correctas” a preguntas persistentes y con carga política como ¿Por qué ya no eran necesarias las elecciones? o ¿Por qué habían desaparecido tantos alimentos que antes eran comunes en Cuba y no se importaban de Estados Unidos? En 1965, los EIBR habían graduado a más de 50.000 trabajadores en clases nocturnas dirigidas por instructores como los que aparecen aquí. La diversidad de sus expresiones refleja un abanico de emociones, desde la incomodidad al orgullo, probablemente como reacción a la naturaleza obviamente dirigida del escenario: literalmente, se les había pedido que posaran, no sólo con sus manuales marxistas y el busto de José Martí, sino entre ellos, como si participaran en un debate ideológico -¿sobre qué? cabría preguntarse. La Habana, 1964. Colección personal de Rolando García Milián, utilizada con permiso.