A lo largo de 1959, el gobierno revolucionario encabezado por Fidel Castro y un gabinete de altos revolucionarios que habían luchado en la guerra urbana contra Batista gozó de una enorme popularidad. Pro-capitalista y nacionalista en aquel momento, las reformas económicas del gobierno ampliaron enormemente las oportunidades para las empresas, industrias y granjas pequeñas y medianas de propiedad local. Excepto las familias de la alta élite, muchas de las cuales eran culpables de malversar dinero público con la ayuda del dictador Batista, la mayoría de los cubanos creían que el futuro nunca había sido tan brillante. Como prueba de ello, la gente empezó a exhibir pequeñas placas como éstas en las puertas de sus casas. Vendidas en la primavera y el verano de 1959, las placas invitaban a Fidel Castro a pasar por allí para charlar, almorzar, tomar un expreso cubano o pedir prácticamente cualquier cosa que necesitara. La idea de que la casa de uno estaba ahora abierta al «bandido» más buscado de Cuba, como Batista había llamado en su día a Fidel, unía a los ciudadanos en una narrativa común de oposición mutua y solidaridad con la oposición. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: durante los años de lucha, en los que miles de activistas fueron torturados en estaciones de policía o asesinados en las calles, las casas seguras eran a menudo imposibles de encontrar para la resistencia urbana del Movimiento 26 de Julio. Regalo de Ernesto Chávez, colección de Lillian Guerra.