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Ñica y la historia de mi familia

Cuando mi padre huyó de Cuba a España en 1964, dejó atrás a unos padres a los que nunca volvió a ver: Agustín Guerra, un campesino huérfano que venció las adversidades para convertirse en un pequeño cultivador de tabaco, y Aurora Almirall, graduada de una de las rigurosas escuelas normalistas de Cuba y maestra rural que fundó una escuela de una sola aula en 1926. Además de contar historias alegres sobre sus vecinos, amigos y familia extensa, mi padre siempre hablaba de su madre Aurora en relación con Ñica, la mujer negra que había sido la empleada doméstica de mis abuelos durante décadas, antes y después de la Revolución Cubana de 1959. Como dejó claro mi padre, mi abuela nunca habría podido criar a sus tres hijos y dar clases en su aislada escuela pública sin Ñica. Ñica no sólo realizaba tareas domésticas fundamentales que hacían de su granja un hogar inmaculado, sino que también era una compañera constante de Aurora y una testigo cariñosa de sus luchas, incluido el temperamento a menudo tiránico de Agustín y sus esfuerzos por controlar los ingresos y las actividades sociales de mi abuela. Mami siempre odió que la fotografiaran. me dijo riendo la hija de Ñica años más tarde cuando, juntas, examinamos con lágrimas en los ojos esta fotografía. Incluso antes del ascenso del comunismo, hacerse una foto era una experiencia poco común, especialmente en la zona rural de Pinar del Río, donde prácticamente nadie poseía una cámara durante la mayor parte del siglo pasado. La gente atesoraba copias de las fotos baratas, tamaño carné, que les hacían los fotógrafos de estudio para obtener un documento de identidad expedido por el gobierno. Pero Ñica nunca trabajó para el Estado; trabajaba para mi familia y sólo los fines de semana volvía a casa con los suyos. En 1965, cuando mi deliciosamente mandona tía abuela materna (y también maestra de escuela pública) Chacha vino de visita desde Cienfuegos a la finca, Ñica consintió de mal humor en posar para su cámara, pero sólo después de que Tía Chacha le prometiera que encontraría la manera de enviársela a Nené, mi padre, que por fin había llegado a Estados Unidos. Fotografía de Silvia Suárez del Villar y Suárez del Villar, Marcos Vásquez, Pinar del Río, 1965.