Una de las mayores sorpresas de mi regreso a Cuba en 2011 después de un paréntesis de dos años fue tropezar con este museo en honor de los escuadrones de vigilancia de barrio de Cuba. Dejando a un lado el hecho de que las actividades de los CDR en toda Cuba habían estado prácticamente muertas desde el Periodo Especial, la reedición de su historia en un museo al servicio de los turistas extranjeros en la calle Obispo habla del colapso de las propias narrativas del Estado sobre sí mismo y la Revolución desde dentro. Desde septiembre de 1960, cuando el Partido Comunista los fundó con el apoyo incondicional de Fidel Castro, los Comités de la Defensa de la Revolución [CDR] de Cuba fueron únicos en el mundo comunista: organizados a nivel de manzana, los CDR tenían como objetivo principal convertir a los ciudadanos de a pie en agentes de inteligencia voluntarios que vigilaban las actividades, los movimientos y las declaraciones de sus vecinos en cada manzana. También presentaban evaluaciones políticas secretas sobre cada individuo y cada familia, determinando la idoneidad ideológica de cada cubano para un trabajo, una universidad o una recompensa. Haciendo «proselitismo» (en sus palabras) puerta a puerta, los CDR reclutaban miembros y organizaban patrullas nocturnas, limpieza de calles e incluso campañas de donación de sangre. Como muestra la serie de Fotodiario titulada «Viva Fidel: Censurando la censura», los CDR priorizaron la eliminación de cualquier signo de protesta ciudadana, especialmente la colocación anónima de carteles contra el gobierno o cualquier acto de sabotaje. Como ocurrió en el caso que presencié y que he incluido más arriba, los CDR se aseguraron de que esas protestas se encubrieran pintándolas con spray, destruyendo pruebas y silenciando a los transeúntes llamando a la policía. A continuación, encubrieron su propio encubrimiento reprimiendo la disidencia y negando que se hubiera producido ninguna condena del gobierno. Después de 1968, la afiliación dejó de ser voluntaria para convertirse en un acto obligatorio de lealtad. Sin embargo, se suponía que los CDR nunca se convertirían en un museo, ya que eran una prueba viva y supuestamente activa del apoyo del pueblo al Estado. Por otra parte, algo nunca cambia: cuando intenté hacer fotos dentro del museo de los CDR, mi alto grado de interés y conocimiento resultó sospechoso. ¡Inmediatamente, fui escoltado fuera por un guía sospechoso!