En la época de la Revolución Cubana de 1959, la mayoría de los cubanos de a pie criticaban profundamente el apoyo de Estados Unidos a las dictaduras militares (como la de Cuba bajo Fulgencio Batista), así como al capitalismo monopolista. Sin embargo, los cubanos también estaban enamorados del legendario juego de mesa de Parker Brothers, Monopoly, que en Cuba se traducía como Monopolio. Ironías aparte, la declaración de Fidel Castro de un régimen socialista en 1961 significaba que los cubanos necesitaban un nuevo juego de ocio que no compitiera ni socavara de otro modo los valores antiimperialistas de los que dependía su legitimidad. Increíblemente, mi propia familia conservó la solución cultural del Ministerio de Industrias: Capitolio, un revolucionario sustituto de Monopolio. Aquí el objetivo de los jugadores era evitar los enormes impuestos de lujo sobre bienes innecesarios, contribuir a la infraestructura nacional, depositar dinero en bancos cooperativos de préstamo e, irónicamente, reconstruir el Capitolio y restaurar la Constitución cubana de 1940. No es de extrañar que, aunque las ventas del juego probablemente se dispararan, su producción terminara pronto. JUNIO DE 1995.